Desde el oficialismo y oposición se recordó esta semana el año de gobierno de Alberto Fernández. Un año que fue visto con dos lupas diferentes: la del gobierno que tuvo que luchar contra las dos pandemias que asolaron al país, la de la herencia macrista y la del COVID-19. Si la de COVID-19 destruyó las economías más “sólidas” del planeta, era de esperar que un país con una herencia de cuatro años de desastre económico y social, influyera de la forma más negativa que uno pudiera imaginar. Pero la conjunción de las dos pandemias trajo recesión menor a la esperada (y menor a varios países mucho más sólidos), solo la muerte de 40000 argentinos es la nota para lamentar y, no por la falta de acción de gobierno (que administró en forma eficaz la pandemia), sino por las política aperturistas promovidas por Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y Rodolfo Suárez en sus distritos y las marchas del odio organizadas por Patricia Bullrich y Mauricio Macri que llevaron la escala de unas pocas muertes semanales a más de 400 diarias.
Las políticas de erosión de gestión de Alberto Fernández (quien alcanzó un 82% de popularidad en Abril) a manos del conglomerado Clarín/Nación/Infobae atentaron contra la política de unidad y cuidado del trabajo llevada a cabo por el primer mandatario. La oposición constante a cada acción de gobierno por parte del PRO y sus aliados, dificultó la idea de vuelta de página que proponía el presidente para cerrar la grieta generada por la derecha vernácula, al punto de llegar a fin de Septiembre, con el pico de la pandemia y un enemigo a 150 metros de la casa de gobierno en la Sede del Gobierno de CABA y el segundo a 700 metros, si continuamos la línea imaginaria que traza la Diagonal Norte y que arriba al Palacio de Tribunales. La triada Medios Hegemónicos, Corporación Judicial y Derecha hizo notar que, pese a las elecciones ganadas en Octubre de 2019, el Lawfare estaba vivito y coleando.
Como respuesta a los abusos del poder judicial y en respuesta a las marchas anti, el 17 de octubre el pueblo dio una demostración de civismo y compromiso, haciendo de la fecha histórica, una excusa para mostrar que “somos muchos” los que apoyamos este modelo de inclusión y progreso. Los millones que se volcaron a las calles en caravanas interminables en todo el país, le dieron la fuerza que el gobierno necesitaba para sentirse apoyado y retomar la iniciativa truncada por la pandemia.
Pese a los contratiempos y “palos en la rueda” puestos por estos jinetes del apocalipsis, el gobierno pudo sortear los tres males que son un clásico post gobiernos neoconservadores: no hubo saqueos, no hubo violencia en las calles (más que la que generó la misma Policía de la Ciudad en las manifestaciones populares) y no hay malhumor social. El pueblo reconoce el sacrificio realizado y sabe que hubo un gobierno a la altura de las circunstancias globales. Un pueblo que sabe que, la mentira, tiene patas cortas y que, de a poco, va descubriendo que lo han estafado y manipulado desde los medios hegemónicos. Un pueblo que sabe que, la reconstrucción nacional, es “cuesta arriba” pero también sabe que, en el gobierno, hay gente con voluntad, empatía y experiencia para hacerlo. La prueba de la reconstrucción de la Salud Pública, fue una muestra que, si se distribuyen los recursos escasos como es debido, todo mejora. Nadie tuvo que rogar por una cama o ningún médico tuvo que decidir entre una vida y otra por falta de equipamiento. La gestión económica permitió una renegociación de la deuda privada que permitió que los recursos asignados a deuda fueran a quienes más lo necesitaron.
Varios golpes al ánimo popular se sumaron a los seres perdidos por la pandemia (o agravados por esta), el fallecimiento de Quino y Diego Maradona y mostraron que el alma de los argentinos es generosa con sus ídolos y que “amor con amor se paga”. Las muestras populares de afecto y recuerdo a los “maestros” contrastaron con las críticas de la oposición en actitudes egoístas y clasistas.
También hubo lugar para las controversias en un gobierno que quiso asegurar victorias legislativas, sin dar pasos en falso, demorando medidas como el Aporte a las grandes fortunas o las idas y vueltas con la expropiación de la estafa que significó Vicentín. También hubo Ministros que creyeron que, ser “figuras”, les permitiría un pasaporte al estrellato político que les asegurara un cargo electivo en el medio término o de cara al 2023. Pero en líneas generales no pasó a mayores.
Si arrancamos que en un año con pandemia hubo 25 puntos porcentuales menos de inflación que el año pasado (con los recursos del FMI incluidos), el balance es positivo. La contención social con los múltiples instrumentos desplegados por Desarrollo Social, Gobernaciones y Municipios, permitieron mantener unido el tejido social en los peores momentos de la crisis por el COVID-19. Si, pese al ataque especulativo de los mismos de siempre, el dólar cierra el año con un promedio menor al esperado por todas las consultoras, es un éxito. Si el empleo registrado y la producción muestran signos de repunte, la ecuación para este año es virtuosa en un mundo que se ha despedazado. Argentina no cayó lo que vaticinaban, salió del default declarado por Macri y las perspectivas post pandemia son auspiciosas.
La reactivación de las políticas de Memoria, Verdad y Justicia, han logrado nuevas condenas a genocidas y los reconocimientos de los sitios de tortura como espacios de la Memoria, devuelven la fe en las políticas de Estado que jamás se debieron abandonar.
Queda una última parada para terminar este año y será en los últimos del calendario con la aprobación de los dos proyectos relacionados con la maternidad deseada: la aprobación de la interrupción voluntaria del embarazo y el proyecto de los 1000 días, culminarán un año signado por el dolor pero también por la fortaleza que surgen de las grandes causas: la asignación de derechos y la reconstrucción después de la tragedia. Esas son las historias que contaremos -a los nietos- cuando nos pregunten dónde estuvimos en este tiempo.
Editorial