Cuando Tecnópolis se consolidó y aquellos trabajadores eventuales pasarían a ser contratados, descubrimos que un montón de hombres y mujeres de técnica, mantenimiento, gastronomía, administración, en fin, de todas las áreas, no podían serlo porque no tenían sus estudios terminados.
El parque, que ya era del pueblo -literalmente-, estaba sostenido en gran parte por ellos que cuando tenían una chance más de progresar, aparecía estaba traba. Ahí fue cuando, las autoridades, tomaron la decisión política de avanzar en una solución con la gente adentro. Mi jefe -de ese entonces- me plantea la situación y comenzamos a trabajar. En pocos días hice un curso acelerado de Plan Fines (Plan para que los adultos puedan terminar sus estudios primarios y secundarios) y avanzamos con el relevamiento de la situación de los trabajadores, Pedir la documentación a cada uno, reuniones con la inspectora de Vicente López (con quien compartí mil horas, papeles y le quemé la cabeza), reuniones con el equipo para ver cómo nos ordenábamos (y que no se pierda ni un analítico). Cuando terminamos dijimos: “Wow, esto se descontroló, tenemos una bocha de alumnos!”
De acuerdo a sus estudios, armamos cinco cursos y uno de primaria. Estamos entusiasmados, buscamos espacios para las aulas peri nos faltaba lugar. Con los pibes de mantenimiento construimos una en el predio.
Listo, tenemos los papeles, las aulas, los docentes y los alumnos. Vamos para adelante. Peeeero, obviamente no todo es tan sencillo: hay muchos que eran grandes y otros no tanto, y les daba vergüenza retomar los estudios o les costaba esa continuidad después de tanto tiempo. Ahí surge la idea de los tutores del parque. Cada alumno y alumna iba a tener a un trabajador de Tecnópolis como tutor. Y cuando digo trabajador, éramos todos. Desde el director hacia abajo. Así fue como -todos- tuvieron una persona que los acompañó, ayudó y alentó a seguir con el Fines.
Sabíamos las notas de todos, en qué materia andaba flojo uno, hablábamos con los docentes. Hasta fuimos de excursión a la Ex ESMA. Había chicos que, ahí, se enteraron qué había pasado. En fin. Era toda una gran familia, apoyándose para conquistar lo que nos propusimos.
En esos años mucha gente se recibió y fue contratada. Para lo que en un expediente es un simple dato, para muchos de nosotros es un orgullo y una emoción. Hubo un Estado que decidió no mirar al costado, le tendió la mano y les dijo que Nunca Es Tarde para volver a estudiar
Walter Herrera es Licenciado en Comunicación, recibido en la Universidad Católica Argentina