Son los dueños del país. Muchos de ello son los descendientes de los beneficiados del genocidio roquista. Tienen incontables hectáreas de campos -especialmente en la pampa húmeda- pero, sus dominios, se extienden a todo el territorio nacional. Se dedican a la soja, al maíz, al trigo, a las oleaginosas y, varios de ellos, son los dueños de los principales grupos exportadores del país, con sus empresas cerealeras y aceiteras. Fueron los que más se favorecieron con el modelo de genocidio social macrista, que eliminó las retenciones y devaluó nuestra moneda para que esta “oligarquía parasitaria” obtuviera ganancias extraordinarias y, las pocas familias que la componen, incrementaran exponencialmente sus fortunas.
Muchos de ellos son los principales productores de carne, con miles de cabezas de ganado- especialmente bovino- siendo dueños, además, de frigoríficos y beneficiándose de la exportación de carnes.
También producen y comercializan todo tipo de alimentos, tanto para el mercado interno como para la exportación. Sus marcas manejan buena parte del consumo de los argentinos pudiendo establecer, como se les antoja, los precios de sus productos (especialmente en lo relativo a los alimentos de la canasta básica). Dos de ellos, son los más importantes supermercadistas de capitales nacionales del país.
La oligarquía ha diversificado sus negocios: las ganancias que obtuvieron en el sector agropecuario, hizo que extendieran sus tentáculos a diversos rubros como el financiero, los supermercados, lo industrial y los servicios, entre muchos otros.
¿Quiénes son los dueños del país?
Gregorio Pérez Companc, la familia Werthein, Eduardo Eurnekian, Luis Alejandro Pagani, Julio Alfredo Fraomeni, la familia Urquía, Carlos Pedro Blaquier, la familia Born, Alfredo Coto, la familia Mayer Wolf, Jorge Horacio Brito (recientemente fallecido), Carlos Miguens Bemberg y familia, Federico Braun, Daniel y Pablo Lucci y los Vicentín, entre otros.
Estos son los patrimonios declarados por algunos de ellos:
Gregorio Pérez Companc: USD 2.700 millones.
La familia Werthein: USD 1.900 millones.
Eduardo Eurnekian: USD 1.100 millones.
Luis Alejandro Pagani y familia: USD 920 millones.
Julio Alfredo Fraomeni: USD 710 millones.
La familia Urquía: USD 650 millones.
Carlos Pedro Blaquier y familia: USD 490 millones.
Partícipes y financistas de la última dictadura cívico-militar genocida. Varios trabajadores del Ingenio Ledesma aún permanecen desaparecidos.
Los Vicentin: USD 560 millones.
Se sabe que tienen ramificaciones en Uruguay, Paraguay y Brasil. Se estima operan en dichos países para contrabandear y evadir impuestos.
El desgobierno de Mauricio Macri les otorgó un crédito de $18.000 millones. Aún no le han devuelto al Estado ni un centavo de dicho préstamo.
La familia Born: USD 490 millones.
Alfredo Coto: USD 450 millones.
La familia Mayer Wolf: USD 440 millones.
Jorge Brito: USD 360 millones.
En 2018 se detectó, mediante imágenes satelitales y sobrevuelos, que una de sus empresas desmontó ilegalmente 700 hectáreas de bosques protegidos en Salta.
Carlos Miguens Bemberg y familia: USD 350 millones.
Federico Braun y familia: USD 320 millones.
Su fortuna se originó cuando los Menéndez-Braun poseían enormes estancias en la Patagonia, tanto en Argentina como en Chile, producto del genocidio a los pueblos originarios y a la explotación despiadada de los trabajadores rurales.
Daniel y Pablo Lucci: USD 310 millones.
Estos son los nombres de los dueños de nuestro país y de la enfermedad argentina. Esta “oligarquía parasitaria” está detrás del genocidio roquista, la Semana y la Patagonia Trágica, los bombardeos del 55, los fusilamientos del 56 y el genocidio del 76 al 83.
Para hacer rentables sus negocios, han impuesto modelos neoliberales que produjeron retraso, pobreza, desempleo, marginalidad, exclusión y pobreza. Son los responsables del genocidio social que venimos padeciendo desde el comienzo mismo de nuestra historia.
Son los que han esparcido en la sociedad, el odio de clase que es el principal impedimento del crecimiento del conjunto social. Un desdén que tiene la oligarquía por los sectores populares. Un odio que se ha intensificado con el correr de las décadas.